Monday, December 2, 2013

PALMIRA. La ciudad que con su caida provocó el resurgir de ROMA



Siria (Palmira)17

 
 

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Célebre, legendaria, mítica, fabulosa, vetusta, gloriosa, ilustre. Pocos lugares en el mundo pueden presumir de tantos adjetivos. Y Palmira es uno de ellos. Conocida desde el siglo XIX a.C., escala de las caravanas que recorrían la Ruta de la Seda, ciudad-estado en su apogeo durante el tercer siglo de nuestra era, maltratada por las guerras de la antigüedad y finalmente devorada por las arenas del desierto, Palmira es hoy meca de viajeros.



Enclavada en el desierto sirio, entre la capital, Damasco, y el bíblico río Eúfrates, sus ruinas emergen en una pedregosa planicie junto a un oasis y una moderna ciudad llamada Tadmor.
Esta última, impersonal, gris, llena de hoteles y con campo de fútbol, alberga 40.000 almas. Pero Palmira no necesita de esas almas para tener personalidad propia. Porque la tiene, alma femenina, sin duda.





La “Cleopatra de Siria”.
Y es que si hay una ciudad en la Historia *sí, sí, con “H” mayúscula* que deba su esplendor a una mujer, esa es Palmira. Y ella fue la reina Zenobia, la Cleopatra de Siria, quien allá por el siglo III consiguió extender los dominios de la urbe y hacer frente a la todopoderosa Roma. Y eso que su reinado duró unos escasos seis años. Pero la reina Zenobia no sólo se lanzó a una loca y suicida carrera bélica de conquistas que le costó el trono y, según qué cronista, la libertad o la vida. También levantó edificios y erigió estatuas. Solamente en el ágora había más de 200 esculturas de nobles, magistrados, capitanes y comerciantes.



Consiguió hacer una Palmira tan rica y avanzada que tenía su propia lengua y su propio arte, el palmirino, que tuvo en la piedra caliza y dorada de las montañas que rodean la ciudad su materia principal.
Hoy, después de que los arqueólogos la rescataran del olvido a comienzos de este siglo, cuando ya sólo unos pocos beduinos buscaban refugio en sus milenarias piedras, es ese arte el que reclama la atención del viajero.



Entonces llegó Aureliano, autoproclamado Cesar al mando de una legión romana, y conquistó la ciudad, saqueando todos los tesoros que en ella encontró y raptando a Zenobia y su hijo, a los que llevó a Roma como trofeo de su victoria.
El tesoro llevado a Roma desde Palmira fue inimaginable, y permitió construir las murallas de Roma (Que aún se conservan) templos, baños públicos y lo mas importante. Dar comida a la plebe, que acusaba la decadencia romana del S.III d.c.



Valle de las tumbas:













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