Kumaré
Tras regresar a Nueva York, decidió hacer un documental sobre el ambiente espiritual que triunfa en Occidente. Para él, el yoga y sus símbolos se han convertido en una marca más con que hacer dinero. Mucho dinero.
¿Por qué tanta gente está dispuesta a pagar lo que haga falta para que alguien con pose tranquila y eterna sonrisa les venda la felicidad, una semana sí y a la otra también bajo un nuevo formato más efectivo, recién estrenado y, lo más importante, muchísimo más fácil que el anterior?
El objetivo era poner en marcha un experimento social que se denominó “efecto placebo espiritual”. ¿Puede una falsa espiritualidad proporcionar los mismos efectos que otra presuntamente auténtica? Si los hechos no son reales, ¿significa que lo experimentado por los discípulos no es real?
Así que Vikram se instaló en Phoenix, Arizona. Comenzó a hacerse llamar Kumaré y a ir acompañado de dos ayudantes para los “asuntos mundanos”. Se inventó su propio ritual, sus himnos y mantras, les adosó una explicación y los acompañó de algún que otro truco de prestidigitación con que caer más simpático. “Mi trabajo era ser feliz todo el tiempo”.
En breve, se hizo un buen currículum. Una psíquica vio que tenía el aura de un gran maestro y otra tuvo experiencias con los antepasados místicos de Kumaré. Más aún, según afirmaba ella, el arcángel Metatrón estaba detras de sus poderes.
Tras una temporada, se marchó a compartir ideas con otros gurúes. Fue sometido a terapias con sonidos, a limpiezas energéticas y se consagró como un iluminado. La gente sentía su energía a través de sus fotos cuando las colocaban en un altar y sus roces eran percibidos como una bendición procedente de los mundos divinos.
Con el tiempo, eran más quienes se acercaban a él y cada vez eran más graves los problemas personales que le contaban, desde relaciones de pareja hasta adicciones. Todos buscando la solución inmediata que les librara de sus problemas.
Le invitaron a dar clases magistrales en diferentes centros de meditación y campamentos especializados en retiros espirituales. Todos tenían una cosa en común con Kumaré: su constante e interminable ejercicio de felicidad.
Se inventó la “meditación en la luz azul”, la cual daba resultados brillantes, y esto le confirmó como “un gurú de verdad y no otro engaño de los tantos que hay ahí fuera”, según aseguraban una y otra vez alumnos con larga experiencia en el mundo de la New Age, quienes estaban enormemente agradecidos al Universo por haber encontrado por fin el camino definitivo para su evolución espiritual.
Luego desarrolló el “yoga del espejo”, por el que uno proyecta en Kumaré los traumas y problemas propios y le da consejos al respecto, exteriorizando la solución que lleva dentro sí.
Se le recibía con conciertos de kirtan en honor al ser superior que representaba. Estar cerca de él era una inyección de energía positiva y regeneración interior. Y al abrazarle, tanta sensibilidad a flor de piel les hacía llorar.
Todos creían en Kumaré. “No pienso que fuera porque soy un gran actor, sino porque Kumaré es un sueño en el que merece la pena creer”, dice Vikram. Al ser una ficción, no podía cobrar dinero, al contrario que los gurúes “de verdad”. “Mi personaje sólo conoció lo más elevado de cada persona; su motivación era hacerles felices, engañarles para ser felices”.
Poder personal, encuentro con la verdad de la vida y liberación es lo que sus alumnos experimentaban; se encadenaban a la misma mentira cuyas cadenas creían estar rompiendo. Dice Kumaré en voz en off: “Lo primero que les habría enseñado es que yo nunca necesité un gurú…”. Pero cuanto más se dice esta frase, en más gurú se convierte uno y mayor termina siendo el número de quienes le siguen, afirmando con alegría que tiene razón.
Esa es su enseñanza y la recalca una y otra vez: dejad de buscar gurúes y enfrentaos a vuestra vida.
Tras unos cuantos meses, tuvo un grupo estable de estudiantes que le querían con pasión y que le agradecían de todo corazón la forma en que estaba cambiando sus vidas. Los lazos se habían estrechado más de lo que Kumaré podía imaginar y, a partir de aquí, al espectador que continúe con el documental le puede quedar un poso bien amargo.
Conforme se acerca el final, la inquietud aumenta con sólo imaginar cómo va a acabar la historia cuando se sepa la verdad.
De todos ellos que dicen haber aprendido la lección y que ven obvio que no se ha de seguir a ningún gurú, ¿quiénes se enfurecerán cuando descubran que no es un gurú?, ¿quiénes se pararán a reflexionar sobre su propia actitud de dejarse engañar con tanta facilidad?, ¿quiénes profundizarán en el problema de falta de voluntad que les obliga a tanta dependencia y necesidad de productos mágicos que les salven del mundo?
Quizás una mirada superficial al asunto lo deje en una mera exhibición cínica, pero hay un fondo demasiado real para darle de lado. Puede que destruir las ilusiones de un mazazo sea el mayor acto espiritual que puede haber, tal y como escribía Vikram.
De hecho, es lo que siempre han hecho los maestros espirituales de todas las épocas, y los de esta que sobreviven ajenos a la fiebre espiritual-consumista de medio planeta.
No estamos ante la burla cruel de un listillo que persigue humillar a un puñado de tontos. Se trata de mucho más y se hunde en las raíces de una civilización que parece, definitivamente, perdida en su desesperación.
Publicado por:
http://www.erraticario.com
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