Thursday, January 12, 2012

Los Libros Malditos de Hoy»

   



“Escribir este libro es una temeridad… pero no lo es menos leerlo”. Así empieza Recuerdos del futuro, uno de los grandes best sellers del misterio de todos los tiempos que, curiosamente, estuvo a punto de no publicarse.
        Pocos saben que Erich von Däniken, un joven hostelero suizo aficionado a la arqueología, paseó su manuscrito por 25 editoriales antes de verlo en los escaparates de las grandes librerías. Cuenta que en 1967, desesperado, se subió a su destartalado VW escarabajo y decidió encararse con un editor de Hamburgo para pedirle una oportunidad. Erich era –y lo es hoy, a sus 74 años- un tipo entusiasta, lleno de energía y muy perseverante. Al verlo tan entregado a su trabajo, el responsable de “Econ” decidió darle una pequeña oportunidad: le harían una tirada de 3.000 ejemplares para Suiza y… ya se vería. Sólo tres años después, “Econ” iba ya por la trigésima edición y habían vendido 600,000 copias de un trabajo por el que nadie apostaba un franco.
 Enseguida llegó a 42 países, inspiró un documental que se estrenó en salas de cine y que hasta movió la publicación de varios libros anti-Däniken en todo el mundo. ¿Por qué? No creo que sea difícil de entender: su autor sostenía que todos los dioses de las antiguas mitologías enmascaraban seres extraterrestres que visitaron la Tierra en la más remota antigüedad.
Y lo hizo en pleno auge de la carrera espacial. Veinte años más tarde, Däniken reconocía en su libro ¿En qué me he equivocado? que escribió su opera prima impulsado por algunas pruebas cándidas. De hecho, admitió algunas de sus exageraciones, pero se mostró firme en la defensa de su argumento principal: que nuestro planeta fue visitado por culturas alienígenas y nuestra especie fue el fruto de sus experimentos geneticos.


Los apoyos a estas ideas los encuentra Däniken por todas partes: desde las pistas de Nazca a los moais de Pascua o las pirámides.
 Pero lo que más impactó en la imaginación popular de entonces fue su reinterpretación de la Biblia: el Arca de la Alianza era descrita como una “radio para hablar con Dios”, un aparato eléctrico peligrosísimo que electrocutó a sirvientes como aquel Uzá que camino de Jerusalén osó tocar el Arca para evitar que se cayera de sus andas, y que describe el libro de Samuel. O los “carros de fuego” del Antiguo Testamento, para él naves espaciales en toda regla.
 De hecho, Däniken fue el primero en popularizar la idea de que los profetas Enoc y Elías fueron arrebatados (abducidos) por seres del espacio. Lo curioso es que su trabajo no provocó rechazo en todos.
 Un ingeniero de la NASA, por entonces director del Departamento de Elaboración de Proyectos, leyó Recuerdos del futuro presionado por su esposa y se quedó perplejo con su descripción de la “gloria de Yahvé” en el capítulo primero del libro bíblico de Ezequiel. Däniken aseguraba que aquello era la descripción de un vehículo volador y durante meses se dedicó a tratar de refutarlo en su mesa de diseño. ¡Se quedó perplejo! Tal y como decía el suizo, aquel “carro de fuego” era una aeronave viable; una especie de helicóptero con cuatro rotores que podría volar. Josef Blumrich, el ingeniero en cuestión, fue sólo uno de los 120.000 lectores que le escribieron tras el éxito de su libro.
 Su obra Ezequiel vio una nave extraterrestre sería digna también de esta lista de "libros malditos". Tal vez un día hable de ella.
♥•» ▬▬ «•*•» ▬▬ «•♥•»

    
El retorno de los brujos Louis Pauwels y Jacques Bergier, 1960 Muchos hubieran preferido que este libro no hubiera visto la luz jamás. Cuando se publicó en Francia, hacía sólo quince años que había terminado la Segunda Guerra Mundial. La idea del mismo la tuvo Louis Pauwels, un inquieto periodista muy activo durante la resistencia a los nazis y seguidor de las doctrinas de Gurdjieff, que tenía en mente escribir una especie de enciclopedia de las sociedades secretas que controlaban Europa. Fue Jacques Bergier, un superdotado capaz de leerse un libro en minutos, ingeniero, espía y aprendiz de alquimista, el que le convenció para hacer algo más amplio y así surgió la chispa.
        Bergier tenía, sin duda, muchas cosas que contar. Gracias a su trabajo se descubrieron las bases secretas de bombas volantes nazis en Peenemünde. En una prisión de la Gestapo descubrió que tenía facultades telepáticas. E incluso fue condecorado. Pero la experiencia que lo marcó tuvo lugar poco antes de la Gran Guerra, mientras trabajaba como ayudante de laboratorio del químico André Helbronner, un sabio que llevaba años soñando con la bomba de hidrógeno.
   Un día, hacia 1937, su jefe lo envío a una curiosa entrevista con un tipo que decía ser alquimista. Hablaron durante un buen rato, y éste le mostró su preocupación por lo cerca que creía que Helbronner estaba del éxito. "Los trabajos a los que se dedican ustedes y sus semejantes son terriblemente peligrosos", le advirtió. "Y no son ustedes los que están en peligro, sino la Humanidad entera". Le contó entonces que las reacciones nucleares que estaban a punto de desencadenar ya habían sido descubiertas siglos atrás por viejos alquimistas. Es más, según aquel tipo, civilizaciones enteras se habían volatilizado por el mal uso del átomo.

No volvió a verlo jamás, pero su encuentro lo trastornó durante años. Terminó identificándolo con el autor de varios libros publicados con el pseudónimo de Fulcanelli en Francia, y con alguna oscura sociedad protectora de esa clase de secretos nucleares. Secretos cuyas descripciones más antiguas podían leerse en poemas épicos de cuatro milenios de antigüedad, como el Mahabharata hindú.
  Inesperadamente, el libro de Pauwels y Bergier conoció un éxito fulgurante: sólo el primer año de su publicación vendió casi un millón de copias en francés. En España se tradujo al año siguiente y se convirtió en todo un fenómeno. Hasta Hergé, en uno de los álbumes de Tintín, Vuelo 714 para Sidney, caricaturizó a Bergier. De este monumento a la heterodoxia se ha dicho que continuó con el espíritu de El libro de los condenados de Charles Fort, compartiendo con él su propósito fundamental: combatir la estrechez de miras de la ciencia.
  Pero sería injusto decir que sus autores fueron "contraculturales" o "antisistema". Louis Pauwels, por ejemplo, llegó a ser uno de los editores más prestigiosos de Francia. Editó revistas como Marie France o Le Figaró, donde fue el responsable de lanzar su suplemento a color de los sábados en los años setenta. Curiosamente, en sus páginas nacen las primeras ideas conspirativas contemporáneas; denunciaron la conexión de los nazis con las creencias esotéricas, explicaron la alquimia en términos de física nuclear y se adentraron en las filosofías orientales y del llamado "saber anterior" en busca de superhombres.
 Tenían la firme creencia de que nuestra civilización nació de las cenizas de otra extinguida hace no menos de diez mil años a la que todos los pueblos de la Tierra se refieren como la "Edad de Oro".
Acuñaron el término "realismo fantástico" mucho antes que el boom latinoamericano se lo atribuyera para su literatura, y preparó el camino a los libros de Däniken, Charroux o Kolosimo. Y, cosa curiosa, creían en los "hombres de negro". De hecho, el propio Bergier publicaría una década más tarde un libro en el que denunciaría la existencia de una organización internacional empeñada en hacer desaparecer libros que hicieran pensar a la gente. Con el suyo, desde luego, no tuvieron suerte.
Posdata: Pauwels y Bergier editaron la revista Planète, que en España se llamó Horizonte, y que tuvo ediciones en Italia, Brasil y Alemania. Bergier falleció en 1978, Pauwels lo hizo en París en enero de 1997, tras dedicar sus últimos veinte años a escribir sobre política. Creía que era en esa clase donde ahora se esconden los inquisidores que hubieran preferido que su Retorno de los brujos jamás hubiera visto la luz ni abierto tantas preguntas.

♥•» ▬▬ «•*•» ▬▬ «•♥•»

  
 El caso de los OVNIS, Morris K. Jessup 1955 Morris Ketchum Jessup (1900-1959) fue, en la década de los 50, uno de los muchos científicos que se interesaron por el misterio de los “platillos volantes”. Se graduó en astrofísica en la universidad de Michigan, puso en marcha un programa de investigación que terminó descubriendo gran número de estrellas dobles e incluso sintió fascinación por la arqueología sudamericana visitando ruinas en México y Perú, llevándole a especular sobre la naturaleza extraterrestre de algunas de ellas. Como le ocurrió a tantos otros, uno de sus temas favoritos fue la entonces popular Teoría del Campo Unificado de Einstein.
        En 1955 publicó El caso de los OVNIs (The case for the UFO) que entró por derecho propio en la Historia al ser el primero que utilizó el termino OVNI –acuñado por la Fuerza Aérea ese mismo año- en lugar del más popular “platillo volante”.
   El 13 de enero de 1956, Jessup recibió una carta en la que le contaban algo muy extraño. Su autor, un tal Carlos Miguel Allende, quería ponerle al corriente de un experimento secreto de la Marina llevado a cabo en el puerto de Filadelfia en 1943, en el que los militares quisieron hacer invisible al radar el destructor USS Eldrige.
Según Allende, la prueba se descontroló y el barco desapareció físicamente ante los ojos de los militares durante veinte minutos. El caso es que los marinos de abordo informaron haber visto en ese tiempo el puerto de Newport News, en Virginia, a casi mil kilómetros de allí. ¿Se había teleportado el Eldrige? Según Allende, tres semanas más tarde se repitió el experimento con el mismo barco, pero esta vez vigilado desde otra embarcación, el SS Andrew Furuseth. Allende viajaba a bordo y desde allí observó cómo la tripulación del Eldridge sufrió todo tipo de efectos secundarios durante su nuevo test: marinos ardieron espontáneamente, otros desaparecieron súbitamente de cubierta y la mayoría enfermó, falleciendo poco después.

Meses después de esta correspondencia, en la primavera de 1956, Jessup fue invitado a una reunión en la Oficina de Investigaciones Navales (ONR) de la Marina. Al parecer, habían recibido un ejemplar de El caso de los OVNIs con notas al margen de tres individuos, en las que se respondían ciertas cuestiones planteadas en el libro sobre magnetismo y propulsión de los ovnis.
Jessup se quedó de piedra al identificar en él la caligrafía de Carlos Allende. Jessup les contó lo que sabía y la ONR, lejos de desmentir o confirmar esa historia, ordenó imprimir una edición de 25 ejemplares del libro anotado de Jessup para “consumo interno”. Tampoco explicaron jamás por qué lo hicieron.
   Pero las aventuras ufológicas de Jessup tuvieron un colofón todavía más extraño.
   El 20 de abril de 1959, Jessup apareció muerto en su coche, con el motor encendido y el tubo de escape dirigido a su interior, en el parque del condado de Dade, en Miami. No se encontraron documentos en su interior, pero sabemos que ese día iba a reunirse con un oceanógrafo para discutir el que ya todo el mundo llamaba el “Experimento Filadelfia”.
  Posdata: El caso de los OVNIs nunca se publicó en España. La única edición en español que conozco se imprimió en México en Populibros y cuenta con un prólogo especial del autor para ese país. Una pequeña joya.
♥•» ▬▬ «•*•» ▬▬ «•♥•»


  
El Exorcista, William Peter Blatty 1971 Hace sesenta años, William Peter Blatty era un estudiante de literatura inglesa de 20 años, católico, que estaba matriculado en la universidad jesuita de Georgetown, cerca de Washington DC.
 A finales del mes de agosto de 1949, The Washington Post llevaba a sus páginas la historia de un niño de catorce años del barrio de Cottage City (Maryland) que, durante 35 días, había sido sometido a diversas sesiones de exorcismo para expulsarle un demonio del cuerpo.
 El relato de los hechos obsesionó al joven Blatty, y más aún cuando descubrió que uno de los sacerdotes que condujeron esos ritos era profesor en su campus: el padre William Bowder. Blatty hizo lo imposible por entrevistarse con él y averiguar más acerca de lo sucedido, pero el padre Bowder apenas contestó una de sus cartas, excusándose por no poderle dar los detalles que quería.
    Eso sí, le deslizó un dato que lo mantuvo ocupado durante años: Bowder, junto a los otros dos oficiantes de los exorcismos, llevaron un diario pormenorizado de los hechos. Un diario, naturalmente, que era secreto.

Aquellos folios terminaron por llegar a la sede de la Orden de Jesús en Nueva York, y un insistente Blatty terminó por hacerse con ellos. Impresionado por lo que allí leyó, decidió construir una novela que reflejara aquel angustioso mes de abril de 1949 de combates ininterrumpidos con el diablo.
 Tardó dos años en escribir su novela. Y en ella muestra un diablo que, a decir del diario, no sólo causó estragos físicos en aquel niño –torsiones corporales imposibles, levitaciones, o dermografías en las que palabras obscenas o terribles aparecían tatuadas sobre su piel-, sino que le inducía cambios de personalidad bruscos. Mutaciones que lo convirtieron en un ser violento, que atacó incluso a uno de los exorcistas clavándole un muelle de su cama en el brazo y desgarrándole parte de sus músculos.
La historia de El Exorcista era tan potente que, convertido en un best seller en Estados Unidos, donde vendió 13 millones de copias, movió al propio Blatty a producir y escribir el guión para una película. El largometraje fue aún más impactante que el libro.
 Fue el primer filme de terror nominado a Mejor Película en los Oscars, y aún hoy uno de los más taquilleros de la historia del Séptimo Arte. De hecho, inauguró todo un subgénero cinematográfico llamado “terror satánico”, impactando tanto en la psique colectiva que en los años siguientes a su estreno en 1973, miles de personas se acercaron a sus sacerdotes para reclamar un exorcismo.
Posdata: El diario de los exorcistas fue publicado por primera vez por el historiador Thomas Allen en su libro Possessed (1985).
♥•» ▬▬ «•*•» ▬▬ «•♥•»


   Mothman: la última profecía, John Keel 1975 (2002) Los hechos que describe este libro se remontan a finales de 1966 y tuvieron lugar en Point Pleasant, Virginia. Todo empezó el 15 de noviembre, cuando dos matrimonios jóvenes fueron testigos de algo “imposible” cerca de una fábrica de explosivos abandonada. Los señores Scarberry y Mallette contaron que, paseando por sus inmediaciones en un automóvil, vieron dos círculos rojos, como ojos, que los estaban siguiendo.
Al fijarse mejor, casi se mueren del susto. Una imponente figura humana de casi dos metros de altura, piel grisácea y dos enormes alas a la espalda los estaba acechando. Aquello –fuera lo que fuese- desplegó sus alas e inició una persecución que se prolongó hasta el pueblo. Otros encuentros con aquel ser se produjeron aquel mismo mes, y la prensa local enseguida se hizo eco del fenómeno. Pero entonces ocurrió algo que hizo que todos se olvidaran del “hombre polilla”: el puente de Point Pleasant que cruzaba el río Ohio se hundió la tarde del 15 de diciembre, en plena hora punta de las compras de Navidad. 37 coches y camionetas se vieron afectados. 31 se hundieron. Murieron 46 personas.
De un modo u otro, John Keel, el autor de este ensayo, creyó que aquel accidente estaba ligado a las apariciones del “Mothman” y siguió investigando. Desde entonces, no han dejado de pasar cosas extrañas cada vez que se ha hablado del “hombre polilla”. Dos años después de que este libro fuera llevado al cine, en el otoño de 2004, la esposa del director del filme, Mark Pellington, fallecía en Los Angeles justo antes de que una serie de artículos que la mencionaban como investigadora del filme apareciesen impresos. Incluso coincidiendo con la emisión de la película en EE.UU. por televisión, otros puentes se hundieron “por casualidad”, como el que unía St. Paul y Minneapolis en 2007.

.Keel adoraba esta clase de coincidencias. En cierto modo era lo que se dice un tipo extraño. Fumaba en pipa y conducía un viejo deportivo amarillo.
 Era pesimista por naturaleza y creía que nuestra especie estaba controlada por una Inteligencia Suprema. Pero, sobre todo, fue un gran contador de historias. Empezó a escribir para una revista de magos aficionados a los doce años, y a los 16 ya se ganaba su primer dinero como columnista.
Durante la II Guerra Mundial estuvo destinado en Alemania y se hizo popular con un programa llamado “Cosas en el cielo” que llegó a retransmitirse incluso desde la Gran Pirámide. Una de sus últimas historias favoritas tenía que ver con un viejo amigo suyo al que un buen día invitó a comer a un restaurante de Nueva York. Pasaron la tarde juntos recordando los viejos tiempos y disfrutando de la velada. Días más tarde, Keel supo que su amigo llevaba muerto más de un mes. John Keel falleció el 3 de julio de 2009, a los 79 años de edad.
Posdata: Pocas investigaciones paranormales han terminado siendo tan aceptadas por la opinión pública como la de Keel sobre el Mothman. En Point Pleasant puede verse hoy un monumento que recuerda el paso de su misterioso monstruo.
♥•» ▬▬ «•*•» ▬▬ «•♥•»


   El misterio de las catedrales Fulcanelli, 1926 (1967) Un misterio en toda regla es que un libro lleve publicándose en España de manera ininterrumpida desde hace medio siglo. Pero si, además, la obra es un oscuro tratado de alquimia el enigma se hace ya insondable. Me refiero a El misterio de las catedrales, una obra traducida al español en 1967 que funciona como una matriuska rusa. Una de esas muñecas en las que cada vez que las abres encuentras una nueva. En este caso, un arcano dentro de otro.
El misterio de las catedrales se publicó originariamente en Francia en 1926, en una edición limitada de trescientas copias que se vendieron al astronómico precio de cien francos el ejemplar. Por alguna razón, su autor decidió esconderse tras un pseudónimo –Fulcanelli- y dedicar su obra a un colectivo no menos anónimo a los que llamó los “Hermanos de Heliópolis”.
Tal vez su prudencia tenía que ver con lo que había descubierto en la fachada de Notre Dame de París: todas sus imágenes en piedra debían entenderse como una guía para conseguir la Gran Obra alquímica: la Piedra Filosofal. Fulcanelli se presentó como un apasionado de los juegos de palabras, por lo que él llamó cábala fonética, y aseguraba que el arte gótico –art goth en francés- era precisamente eso: un argot, una lengua para iniciados, que escondía el tremendo secreto del dominio de la materia.

 Es extraño que no se sepa casi nada de la génesis de esta obra. Tan solo que se incubó en los bulevares de París de los años veinte, alrededor de un grupo de pintores bohemios, esoteristas de gran cultura y libreros. Algunos, como el filósofo alsaciano René Schwaller de Lubicz, gran conocedor de Egipto, estaban profundamente interesados por la naciente física de los átomos.
 Otros, como el pintor Julien Champagne, por la obtención del oro alquímico. Precisamente Champagne pintó las 36 láminas originales del libro. Murió en 1932 sin haber conseguido sus sueños, pero no son pocos los que creen que él fue el redactor de El misterio de las catedrales y de su secuela Las moradas filosofales. Y también que se disfrazó tras un pseudónimo para que la atención del lector se centrara sobre la obra y no sobre su autor.
Posdata: Probablemente este libro sea uno de los más citados por los amantes del esoterismo. Pero, como decía Albert Camus, eso se debe a que los libros escritos con claridad tienen lectores, pero los escritos de forma oscura, sólo comentaristas.


sobre Javier Sierra:
Página web oficial de Javier Sierra
http://www.ikerjimenez.com

No comments:

Post a Comment