Teofrasto Paracelso fue un alquimista, médico y astrólogo suizo nacido en 1493. Fue conocido porque se creía que había logrado la transmutación del plomo en oro mediante procedimientos alquimistas y por haberle dado al zinc su nombre, llamándolo zincum.
Nació y fue criado en Einsiedeln, Suiza, hijo del médico y alquimista suabo Wilhelm Bombast von Hohenheim y de madre suiza.
En su juventud trabajó en las minas como analista. Comenzó sus estudios a los 16 años en la Universidad de Basilea, y más tarde en Viena. Se doctoró en la Universidad de Ferrara.
Estaba contra la idea que entonces tenían los médicos de que la cirugía era una actividad marginal relegada a los barberos.
Viajó bastante, en busca del conocimiento de la alquimia. Produjo remedios o medicamentos con la ayuda de los minerales para destinarlos a la lucha del cuerpo contra la enfermedad. Otro aporte a la Medicina moderna fue la introducción del término sinovial; de allí el líquido sinovial, que lubrica las articulaciones. Además estudió y descubrió las características de muchas enfermedades (sífilis y bocio entre otras) y para combatirlas se sirvió del azufre y el mercurio.
Se dice que Paracelso fue un precursor de la homeopatía, pues aseguraba que «lo parejo cura lo parejo» y en esa teoría fundamentaba la fabricación de sus medicinas.
El orden cósmico era lo que le interesaba a Paracelso en primera instancia y lo halló en la tradición astrológica. La doctrina del Astrum in corpore es su idea capital y más querida. Fiel a la concepción del hombre como microcosmos, puso el firmamento en el cuerpo del hombre y lo designó como Astrum o Sydus (en español, astro o constelación). Fue para él un cielo endosomático cuyo curso estelar no coincide con el cielo astronómico, sino con la constelación individual que comienza con el «Ascendente» u horóscopo.
Uno de los principios de Paracelso fue: «Únicamente un hombre virtuoso puede ser buen médico»; para él la Medicina tenía cuatro pilares: Astronomía, Ciencias naturales, Química y El amor. Su principal libro fue La gran cirugía.
A pesar de que se ganó bastantes enemigos y obtuvo fama de mago, contribuyó en gran manera a que la Medicina siguiera un camino más científico y se alejase de las teorías de los escolásticos.
También aportó datos alquímicos. A Paracelso le atribuimos la idea de que los cuatro elementos (tierra, fuego, aire y agua) pertenecían a criaturas fantásticas
que existían antes del mundo. Así pues,
la tierra pertenecería a los gnomos,
el agua a las nereidas (ninfas acuáticas),
el aire a los silfos (espíritus del viento)
y el fuego a las salamandras (hadas de fuego).
Igualmente, Paracelso aceptó los temperamentos galénicos y los asoció a los cuatro sabores fundamentales. Esta asociación tuvo tal difusión en su época que aún hoy en día, en lenguaje coloquial, nos referimos a un carácter dulce (tranquilo, flemático), amargo (colérico), salado (sanguíneo, dicharachero) y el carácter ácido pertenecería al temperamento melancólico.
No era hombre de establecerse en un solo lugar, por lo que pasó buena parte de su vida viajando por toda Europa.
Fue muy criticado y segregado por la concepción que tenía del ser humano, de la medicina, de los tratamientos y de las enfermedades, que diferían bastante de las creencias establecidas en la época. Participó como cirujano en las guerras holandesas. Incursionó por Rusia, Lituania, Inglaterra, Escocia, Hungría, e Irlanda.
En sus últimos años, su espíritu viajero lo llevó a Egipto, Arabia, Constantinopla y en cada uno de los lugares que visitaba aprendía algo sobre y medicina o alquimia.
Tras viajar casi 10 años sin descanso, regresó a Austria en 1524 donde se convirtió en El Gran Paracelso a los 33 años y fue designado como médico del pueblo y conferenciante de la universidad de Basel, donde estudiantes y gente diversa de toda Europa concurrían a escucharlo.
Su fama se difundió por todo el mundo conocido. Escribió acerca del poder preventivo y curativo de la naturaleza.
En 1541, a los 48 años de edad, Paracelso murió en circunstancias misteriosas.
“Nada está en mí, sino en lo mejor de lo que es capaz la medicina, en lo mejor que hay en la Naturaleza, en lo mejor que la naturaleza de la tierra sabe dar fielmente a los enfermos. Por eso no parto de mí, sino de la Naturaleza, de lo que también yo he salido”
Escritos de Nuremberg 1527
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