La Bella Durmiente es uno de esos cuentos populares que todos conocemos... o tal vez no.
Primero tracemos un resumen del cuento, y luego entremos en detalles:
Una Reina da a luz una niña. El Rey anuncia una gran fiesta. Siete hadas son convocadas para ser madrinas de la niña. En agradecimiento por el honor (y por los regalos del rey) las hadas le entregan a la niña siete dones.
1: Ser la más bella de todas las mujeres.
2: Tener la bondad de un ángel.
3: La gracia de las gacelas.
4: Bailar con perfección.
5: Cantar como las aves.
6: Tocar con maestría todos los instrumentos.
7: Una gran inteligencia.
De pronto, una hada maléfica entra en el recinto. Furiosa por no haber sido invitada a la fiesta, maldice a la niña diciendo:
-¡El día de tu cumpleaños número quince te pincharás con una aguja y morirás!
Una de las hadas buenas dice:
-La niña no morirá, dormirá cien años y un príncipe la despertará.
Pasa el tiempo. Cuando la niña cumple quince años encuentra a una anciana cosiendo en una habitación del castillo; es el hada maligna que mediante esta estratagema logra que la joven se pinche el dedo con una aguja, y duerma. El Rey, abatido, manda a llamar al hada buena, que dice:
-Para que vuestro dolor no sea inmenso; y para que la princesa no se encuentre sola, dormirán todos, y no despertarán hasta que termine su largo sueño.
Todos duermen una siesta descomunal. Un bosque mágico cubre el castillo. Pasan cien años y un príncipe pasa por el lugar.
Su caballo se niega a avanzar. Como por arte de magia, vé el castillo e ingresa. Encuentra a la princesa y, excitado por su belleza, la besa suavemente y la joven despierta, así como el resto de los durmientes. Al día siguiente comienzan las fiestas por el casamiento entre la princesa y su salvador.
Antes de ser un cuento de hadas, la Bella Durmiente fue un cuento popular medieval, heredero de un pasado aún más oscuro y grandioso. En 1697, Charles Perrault lo publicó como: La Bella Durmiente del bosque (Belle au Bois Dormant). Años después, y tras profundas investigaciones folklóricas, los hermanos Grimm volvieron a publicar la historia, esta vez en Alemania, bajo el título: Bella Durmiente (Dornröschen).
Estas son las versiones que circulan normalmente, y sobre las que se construyó el imaginario del cuento -incluido Disney y su inagotable capacidad de aniquilar monumentos tradicionales-. Son similares en casi todo, salvo en el número de hadas. Los hermanos Grimm suavizaron la historia para darle el encanto de la sencillez, Perrault, en cambio, aprovecha el cuento para despotricar contra la mujer y dar rienda suelta a su machismo. Por ejemplo, insiste en que el príncipe se burla de las ropas antiguas de la princesa, e incluye a la inteligencia como uno de los dones ofrecidos por las hadas, como si ésta sólo pudiese existir sobrenaturalmente en la mujer. Luego se ceba en la madre del príncipe, una especie de ogro insaciable que intenta devorar a los hijos de la joven pareja. Los Grimm, mucho más sutiles, eliminan la entrega del don de la inteligencia, y aclaran en varias ocasiones que la princesa ya lo poseía.
Lo cierto es que, a pesar de los esfuerzos de los hermanos Grimm para no mostrarse machistas, la versión medieval de la Bella Durmiente nos habla de una princesa bastante estúpida. Leída fuera de un contexto mitológico, la maldición del hada sólo es entendible en términos de profunda misoginia. Supongamos que alguien nos envía una maldición análoga, es decir, que dentro de un tiempo caeremos en un sueño de un siglo luego de pincharnos con una aguja. Lo más razonable es que nos mantengamos alejados de tales herramientas textiles, pero esto no sucede en el cuento. Incluso el rey, hombre sabio y prudente, queda escandalizado ante la profecía, a la que considera perfectamente realizable. Vale señalar que en la edad media, y mucho más acá, la mujer estaba íntimamente relacionada con la confección y mantenimiento de las ropas, por lo que siempre había una aguja a mano para ellas. En este sentido el temor del rey es doblemente insólito, pues sabe que su hija, como mujer, está obligada a las tareas textiles, pero jamás se le ocurre que las abandone, hecho que la dejaría a salvo de la maldición.
Pronto veremos que todas estas anécdotas han sobrevivido por el simple hecho de que poseen un fuerte arraigo mitológico. No están allí en vano, ni su utilidad es meramente narrativa; están allí porque son el único vínculo con la verdadera historia de la Bella Durmiente.
Viajemos desde las alcobas de las niñas románticas y victorianas, y, por qué no, de las jovencitas de nuestro tiempo, y volemos hacia el pasado remoto de Europa Occidental. Atravesemos la edad media, a la que imaginamos cubierta por una nube sombría (e igualmente brillante), pasemos sobre el Beowulf, monumento inglés a la antiquísima mitología de aquel país, perdida para siempre, dejemos atrás al primer merovingio y a todos los reyes del continente; sigamos hacia atrás, lejos en el tiempo, mucho antes de que el Galileo ascienda al madero; sumerjámonos en una oscuridad arcaica, cuando los Señores del Valhalla aún eran temidos y adorados por las tribus indoeuropeas; entonces si, allí encontraremos la razón de que un cuento aparentemente imbécil sobreviva en nuestra era; iluminando la esencia escondida de la Bella Durmiente.
Nuestro vínculo con aquella época oscura es la Saga Volsunga (Völsungasaga), escrita en Islandia en el siglo XIII sobre historias que preceden el auge romano, y que se remontan, tal vez, al 800 a.C, cuando se produjo la llamada Völkerwanderung (migración de pueblos); época de cambios y exilios, donde civilizaciones enteras migraron a lo largo y ancho de Europa. Entre otras narraciones notables, la Saga Volsunga cuenta la historia de Sigurd (Sigurðr) y Brunilda (Brynhildr), cuyos cimientos son incluso anteriores a las migraciones, en una época tan antigua como el año 1000 a.C.
Brunilda era una Valkiria, esto es, una semidiosa que recogía a los héroes muertos en el campo de batalla, escoltándolos a los amplios salones del Valhalla. Ella es, a todas luces, la mujer en estado salvaje, honorable y terrible a la vez. Su silueta ambigua protagonizará épicas nórdicas como Nibelungenlied, e inspiraría a Richard Wagner en su obra capital: El anillo de los Nibelungos (Der Ring des Nibelungen). La Saga Volsunga cuenta que Odín, el gran dios nórdico, le ordena a Brunilda que decida sobre el destino de una batalla entre dos reyes, Agnar y Hjalmgunnar. Ella decide por Agnar, y Odín, enfurecido por no haberse inclinado por su favorito, Hjalmgunnar, la condena a un sueño eterno, es decir, a dejar de lado su condición de diosa y vivir en el mundo espeso de los sentidos. En otras palabras, Odín condena a Brunilda a vivir como una mujer mortal, y la encarcela en el monte Hindarfjall, oculto en los Alpes. Para ello la clava al duro suelo de una caverna utilizando agujas de fuego.
Sigurd, un caballero de noble estirpe, descubre la entrada a una oscura caverna en aquel monte, y la describe como un castillo de roca rodeado por un bosque espeso. Allí encuentra a Brunilda, presa de un sueño tan profundo que, en un principio, nuestro héroe la considera muerta; aunque sabe que no lo está. Su rey, Gunnar, le ha contado la tragedia de Brunilda, y lo ha enviado en una misión suicida, conseguir la mano de esta Valkiria caída. Para ello, Sigurd se disfraza con las ropas de Gunnar, ya que Brunilda solo se casará con quien pueda derrotarla en combate singular. El joven la despierta con un beso en la mejilla, detalle que algunos señalan como metafórico, sosteniendo que aquel beso fue, en realidad, un roce con el filo de su espada; y se entrelazan en un combate feroz.
Sigurd vence. Brunilda se entrega mansamente a su destino, pero antes de volver deben pasar la noche en la cueva, ya que una fuerte tormenta golpea los flancos de Hindarfjall. Yacen juntos, pero Sigurd coloca su espada entre ambos, para que sus cuerpos no se toquen. Él se mantiene fiel a su promesa al rey; pero Brunilda, encandilada por la fuerza del joven, intenta acariciarlo y se corta un dedo con la espada, cuya manufactura era tan perfecta que su punta era tan diminuta y afilada como la punta de un alfiler.
Reconocer estos jirones mitológicos no es sencillo, tampoco es particularmente necesario para disfrutar de una buena historia; pero su peso es el que decide la inmortalidad de un cuento popular. Quizás no sepamos el por qué, ni el cómo ni el cuándo, pero todos los cuentos que aún entretienen a nuestros niños poseen un pasado asombroso, algo que entra por los oídos pero que florece en el incosciente, que se ramifica en la vasta herencia psicológica de los pueblos, ajeno a los avatares del cine y los cambios, inmóvil, como el sueño de algunas princesas, fijo, como la mirada aguda de los príncipes que vagan por bosques ya olvidados.
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