El avance del ejército colombiano en su lucha contra las FARC deja al descubierto la enorme riqueza de un país desconocido incluso para sus propios ciudadanos. Escondidos en el departamento del Guaviare, una selvática región que saltó a la fama por ser la cárcel de Ingrid Betancourt, pinturas rupestres y ciudades naturales de piedra aparecen ahora a los ojos de los primeros turistas. Durante décadas, también ellas estuvieron secuestradas.
La Lindosa, hasta hace poco tiempo en manos de las FARC, ofrece sorpresas inesperadas: pinturas rupestres |
Sólo están a 40 kilómetros de la capital del departamento pero la guerra las colocó a años luz. La mayoría de los vecinos de San José del Guaviare ha oído hablar de los pictogramas que 'alguien' dibujó en unos montes cercanos, pero la zona, en poder de las FARC durante medio siglo, era otro mundo. Un mundo prohibido apenas a una hora de distancia. San José es una ciudad nueva, formada por los descendientes de los colonos que ocuparon en el siglo XIX una amplia región de selva para huir de la pobreza de los Andes. Hoy, sus calles rectas, paralelas al caudoloso río Guaviare, tributario del Orinoco, adquieren un colorido inusitado. Por una avenida desfilan los Nukak Makú, últimos representantes de una etnia de nómadas de los que apenas sobreviven doscientos individuos. Por otra calle aparecen los guayaberos, los primeros habitantes de la región, hoy andrajosos y pedigüeños. Entre ellos, una mezcla de razas andinas y occidentales, cazadores de pieles preciosas al principio, cultivadores más tarde de marihuana y hoja de coca, hoy intentando recolocarse como ganaderos y comerciantes.
Elcamino a los pictogramas es difícil y escarpado. De la maraña de árboles y arbustos salen unos terroríficos gritos. 'Son micos', sonríe el joven guía hijo del campesino. Pero el premio es mayúsculo. Pintado en una pared irregular, a cuyos pies se extiende una pequeña superficie, un mural rupestre permanece olvidado del mundo. El deterioro es evidente: sobre uno de los dibujos más bajos alguien ha escrito su nombre a tiza, puede que la dejara algún guerrillero aburrido en una de sus guardias. En algunos rincones, la pintura se esparce sobre la pared perdiendo las figuras y hasta el rojo predominante: ahora sólo manchas rosadas dejan adivinar que en otro tiempo hubo un dibujo. Algunas piedras han caído desde las alturas. El suelo está lleno de fragmentos rotos, algunos coloreados. Marcos Baquero es concejal del ayuntamiento de San José. Asegura que hay más en otros lugares de la serranía. 'En algunos de ellos si excavas en el suelo, encuentras restos de vasijas: yo lo he hecho'.
Los dibujos demuestran que los artistas mantenían una constante espiritual con sus colegas de ultramar: figuras de animales, manos abiertas que parecen atraparlos, siluetas antropomórficas. Representaciones mágicas que debieron ayudar en la psiquis de los cazadores en sus tareas de rastreo y muerte. Junto a ellos, ideogramas, espirales y mallas, a modo de corrales, argollas, preparativos para la propia caza. Algunos parecen superpuestos, lo que lleva a pensar en una gran hoja sobre la que pintaban grupos distintos, incluso generaciones diferentes, una gran pizarra sobre la que los cazadores preparaban sus batidas. Sobre el lienzo rocoso desfilan dantas, lagartos, lapas, jaguares, ciervos, solos o en grupos, algunos parecen danzar en corros. Un animal parecido misteriosamente a un canguro parece saltar de una viñeta a otra, una serpiente avanza hacia a algo parecido a una jaula, otra imagen recuerda a un conjunto de vasijas ordenadas sobre una alfombra. Un sol alumbra una parte del mural, junto a una tupida red que pudiera tratarse de una huerta se levanta un conjunto de casas, cerca hay algo similar a un río. Sobre la figura de un ciervo un hombre con los brazos abiertos salta y asusta a su vez a un mono, que huye hacia el cielo. Un laberinto recuerda a ciertas joyas que aún elaboran los artesanos indígenas. Misterioso, un conjunto ordenado de puntos se deshace azotado por las inclemencias meteorológicas: de lejos recuerda a la misma lluvia. Cerca, un ave se antoja entonces mojada y ridícula elevándose al más allá. Un pájaro nos saluda educado, en pie, formal. El moho se ha adueñado de una parte de las pinturas, deformándolas. 'Eso es lo que queremos', continúa José Frei, 'que vengan los turistas, que miren los dibujos y se imaginen cosas'. Aunque los vecinos no conocen la historia de los pictogramas, en parte porque forman una sociedad de campesinos desplazados de otras regiones por la violencia, sienten cierto temor por las consecuencias del turismo, al que no dejan de ver como una profanación. 'De pronto son muestras religiosas de los indígenas y no es apropiado que vengan visitantes', comenta José Frei, 'pero la situación económica es tan difícil que vemos con ilusión que alguien venga a verlas', confiesa finalmente con esperanza.
http://losmundosdehachero.blogspot.com
© José Luis Sánchez Hachero
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