Por una cantidad equivalente a 43.500 euros actuales, tres investigadores de la Universidad de Harvard (EE.UU.) publicaron un influyente artículo científico en el que acusaban a las grasas saturadas y eximían al azúcardel aumento de las enfermedades cardiovasculares. Tras la publicación de aquel artículo, las recomendaciones dietéticas para cuidar el corazón se centraron en reducir las grasas saturadas de la dieta y obviaron el papel del azúcar.
“Somos muy conscientes de su interés particular en los carbohidratos y lo trataremos tan bien como podamos”, escribió Mark Hegsted, uno de los autores del artículo, a la Fundación para la Investigación del Azúcar de EE.UU., que le pagó por aquel trabajo.
“Déjeme asegurarle que esto se parece bastante a lo que teníamos en mente y que estamos impacientes por verlo publicado”, le contestó John Hickson, vicepresidente de la fundación de la industria azucarera, cuando Hegsted le enseñó el artículo antes de enviarlo a la revista The New England Journal of Medicine.
Los hechos se remontan a 1967, pero siguen siendo relevantes en la actualidad porque desenmascaran la estrategia de la industria alimentaria de tergiversar los datos científicos, porque muestran los puntos vulnerables de la comunidad científica ante esta estrategia y porque el debate sobre la influencia de los azúcares y de las grasas saturadas en las enfermedades cardiovasculares sigue abierto.
El caso ha salido ahora a la luz gracias a tres investigadores de la Universidad de California en San Francisco (EE.UU.) que han localizado 27 documentos de la correspondencia entre Mark Hegsted y la dirección de la fundación azucarera. Asimismo, han localizado 319 cartas de uno de los miembros del comité científico asesor de la fundación.
El análisis de estos documentos, presentado esta semana en la revista JAMA Internal Medicine, revela que la industria azucarera de EE.UU. estaba preocupada por los estudios que a principios de los años sesenta relacionaban el consumo de azúcar con las enfermedades cardiovasculares. En aquel momento, había dos teorías enfrentadas sobre la relación entre la dieta y los infartos, una que apuntaba a las grasas saturadas como máximas responsables y otra que apuntaba al azúcar. Hickson, vicepresidente de la fundación azucarera, presentó un plan para “contrarrestar las actitudes negativas hacia el azúcar”.
Fueron figuras claves en este plan Mark Hegsted, Robert McGand y Fredrick Stare, tres especialistas en nutrición de Harvard que aceptaron publicar un artículo encargado por la industria azucarera. Debía ser un artículo de revisión sobre la relación de las enfermedades cardiovasculares con las grasas y los azúcares. Los artículos de revisión sintetizan los datos científicos sobre un tema y, si se presentan en una revista científica importante como en este caso, suelen ser la base de las recomendaciones de salud pública.
Los investigadores de Harvard pusieron el énfasis en estudios que relacionaban las enfermedades cardiovasculares con las grasas saturadas y pasaron por alto aquellos que las relacionaban con el azúcar. Utilizaron la artimaña de considerar significativos sólo los niveles de colesterol –que están relacionados con las grasas– y no los de triglicéridos –que hubieran podido desenmascarar el azúcar–. Y no citaron que habían recibido fondos de la Fundación para la Investigación del Azúcar, algo que en aquella época no era obligatorio y ahora sí lo sería.
Trece años después, en 1980, el gobierno de Washington publicó su primera Guía nutricional para los americanos. Una de las personas que participaron en la redacción del documento fue Mark Hegsted, que entonces ya no trabajaba en Harvard, sino que dirigía el área de nutrición del Departamento de Agricultura de EE.UU. La guía decía que, para prevenir las enfermedades cardiovasculares, había que reducir las grasas y el colesterol. No citaba el azúcar.
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