¿Hay alguna analogía para mostrar lo que es nuestro cerebro?
Podríamos considerar al cerebro como el ordenador personal de nuestro cuerpo. Es el que demanda y gestiona toda la información. Centraliza, almacena y hace circular los datos necesarios para poder vivir.
También es el gran ordenador de la somatización, que en la medida en que es aceptable y no pone en peligro nuestra vida, es una manera bastante sana de liberarse de los trastornos psíquicos al verter el exceso de emociones a nuestros órganos.
Qué podemos deducir de un problema cerebral
Los problemas cerebrales son un indicador que nos advierte de nuestras dificultades actuales a la hora de dirigir nuestra vida. Cualquier desequilibrio cerebral señala nuestra incapacidad para cambiar de ideas y de manera de pensar.
Centrémonos en los dolores de cabeza y las migrañas que son los problemas más comunes…
Los dolores de cabeza, suelen simbolizar que nos exigimos demasiado y nos desvalorizamos. Puede que usemos expresiones como: “estoy hasta la coronilla” o “ando de cabeza”. El dolor de cabeza nos impide ver, oír y oler bien. Es decir nos aleja de nuestras necesidades vitales.
En segundo lugar tenemos las migrañas. Dolores intensos en un lado de la cabeza, a menudo acompañados de nauseas y vómitos, que pueden durar desde algunas horas hasta varios días. Pueden aparecer cuando no nos concedemos el derecho de ser lo que en verdad queremos ser. Se está en el “no puedo”, hasta el extremo de vivir a la sombra de alguien a quién consideramos que tiene mucho poder.
¿Qué tiene que ver la jaqueca con el ego libidinal?
Se ha llegado a decir que una jaqueca es un orgasmo cerebral. Esta dolencia va asociada a las dificultades sexuales, ya que nos desconectamos de nuestro ego creativo-sexual. Cuando un deseo no se admite en el sexo, se intelectualiza, pero no se satisface, no se “digiere” bien, duele la cabeza y luego se vomita.
¿Por qué se dice que los analgésicos producen un “efecto rebote” en los dolores de cabeza?
Como cualquier dolor, la jaqueca es una señal para que se ponga en marcha el mecanismo de sanación interno del sabio cuerpo. Si con el analgésico hacemos un “cortocircuito”, aunque de momento notemos alivio, el mal seguirá ahí esperando ser curado de raíz. Se sabe que muchos dolores de cabeza crónicos se deben al abuso de los analgésicos.
Decálogo para prevenir los dolores de cabeza
1-Reconozco mis propias necesidades
2.-Equilibro mis dos polos: lo que necesita mi cuerpo (sensaciones) y lo que me impone mi cabeza (pensamientos)
3.-Empiezo a actuar en la dirección en la que necesitan desarrollarse.
4.-Reconozco que no por depender de los otros, voy a ser más querido.
5.-Me acepto tal y como soy en este momento, tratando de vivir su sexualidad en su sitio: en el ego libidinal y no en el intelectual.
6.-Analizo mis ideas contradictorias y busco el equilibrio, para no “calentarme más la cabeza”
7.- Aminoro mis ambiciones presurosas (el ir para arriba a un ritmo desenfrenado)
8. Dejo la testarudez, dejo de “darme cabezazos” contra la pared.
9.-Dejo fluir mis emociones, sin temor que esto me haga “perder la cabeza”
10.-No dejo que nadie me invada, ni a mí ni a mi territorio.
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Dialogando con sus migrañas
-“Estoy hasta la coronilla” de este dolor intenso acompañado por nauseas y vómitos que me impiden ver, oír y oler bien. ¡Lo que daría por unas pastillas milagrosas que lo resolvieran!
-Migraña: Trato de decirte, sin necesidad de palabras, que debes ser lo que en verdad quieres ser. Deja de vivir inmerso en el “no puedo” y abandona la idea loca de que por depender de los otros vas a ser más querido. ¿Qué utilidad puede tener vivir invadido en tu propio territorio?
-¿No acabo de comprender por qué te comparan con un orgasmo cerebral?
-Migraña: Los deseos sexuales no pueden intelectualizarse, ya que de ese modo no se satisfacen. Cualquier cosa que no esté bien “digerida” provocará dolor de cabeza y después vómitos. ¡Ahí tienes una clave!
Imagen: Obra de Eric Reber, producida durante un ataque de migraña
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MIGRAÑA, DOLORES DE ESPALDA Y LA MUERTE
Un día se encontraron en lo alto de un monte Migraña, Dolores de Espalda y la Muerte. Como hacía mucho que no se veían, decidieron hacer una buena cena con la que festejar el encuentro. Pero se dieron cuenta de que no tenían nada que echar en el puchero, ni una moneda con la que comprar algo para cenar.
-No importa- dijeron mientras dirigían su mirada hacia un pastor que apacentaba sus ovejas al pie de un monte-. Iremos a pedir a aquel hombre un cordero. Le asustaremos un poco y seguramente no nos lo negará.
El pastor se hallaba desayunando pan y queso al abrigo de una roca. La primera en bajar del monte fue Migraña:
-Buenos días, pastor, veo que tienes buenos corderos -le dijo mirando los corderos con los ojos brillando de codicia.
-La verdad es que no puedo quejarme -respondió el pastor.
-Querría uno, el más gordo.
-Si puedes pagarlo -dijo el otro-, tuyo es.
-¿Pagarlo? -se burló Migraña-. Tú no sabes con quién estás hablando.
-No -dijo el pastor-. Pero me importa un bledo quién seas.
-Mi nombre es Migraña. Si no me das un cordero, entraré en tu cabeza y te produciré dolores tales que te estallará.
-No me das ningún miedo -respondió el pastor, y se echó un trago de su bota de vino.
Migraña, refunfuñando, se metió en el cráneo del pastor y, una vez dentro, comenzó a golpear con sus puños aquí y allá hasta que le produjo un tremendo dolor de cabeza y mucha fiebre. El hombre, con la frente ardiendo, corrió hasta un arroyo de frías aguas que bajaban del monte y discurría por el valle, y allí metió la cabeza. Migraña se quedó helada. Rechinando los dientes y temblando de frío como un gato mojado, salió de la cabeza del pastor y se alejó dando tumbos. Sin aliento, llegó a lo alto del monte, donde se hallaban las otras, a quienes dijo resoplando:
-No puedo con él.
-No te preocupes -le dijo Dolores de Espalda-. Yo haré que nos dé el cordero. A mí no me da miedo el agua fría.
Y Dolores de Espalda bajó del monte al encuentro con el pastor.
-Buenos días, hombre -le dijo.
-¡Hola! -respondió el pastor mientras masticaba una brizna de espliego.
- Yo soy Dolores de Espalda. Dame un cordero porque si no, te causaré tanto dolor de que sentirás como si te taladrasen la espalda.
-Hey, hey, sigue tu camino -respondió el pastor-, bien poco me ofreces para lo que me pides. Nada te daré.
Y Dolores de Espalda, furiosa, se metió dentro del pastor por su ombligo. Pero el pastor encendió dos grandes fogatas con madera seca, una cerca de la otra, y se tumbó entre las hogueras bien tapado por una manta. Dolores de Espalda, sudando, comenzó a echar pestes. Se sentía como si se estuviese derritiendo. Arrastrándose, resoplando y chorreando de sudor, llegó a lo alto del monte donde se hallaban sus dos compañeras esperándola.
-Casi acaba conmigo -les dijo.
Y la Muerte respondió:
-Iré yo, conmigo no podrá.
La Muerte tomó aire inflando el pecho y bajó derechita hasta la roca donde el pastor seguía desayunando su pan y su queso.
-¿Tú sabes quién se halla ante ti, buen hombre? -le dijo la Muerte extendiendo sus largos brazos y abriendo su espeso manto, negro como la noche, para mostrarle su figura.
-No -respondió el pastor-. No sé quién eres. Pero no me gustas.
-Siempre llego por sorpresa, amigo. Soy la Muerte.
-¿Y qué quieres de mí?
-Un cordero, nada más.
-A ti -respondió el pastor- no te puedo negar nada. Coge un cordero, o tres, o diez, coge todos los que desees. A cambio sólo te pido que te olvides de mí mucho mucho tiempo. Yo soy pobre, es verdad, pero amo la vida.
Y la Muerte le respondió:
-Yo ignoro, como tú, cuánto tiempo te queda por vivir. Pero, si quieres saberlo, puedo ayudarte a descubrirlo.
Y la muerte cubrió al pastor con su vasto y espeso manto, negro como la noche. De pronto, el pastor se encontró en una explanada cuyo suelo no se veía porque estaba lleno de bruma. Todo cuanto alcanzaba a ver era bruma y más bruma. Y entre la bruma se distinguían velas por todas partes, cientos, miles de velas, millones… La Muerte le señaló entre todas aquellas velas, una vela cuya llama chisporroteaba.
-Pastor, ésta es tu vida.
-¡Cuánto brilla! Me gustaría que siguiese brillando por lo menos cien años más.
-Yo no tengo poder para cumplir tu deseo -le respondió la Muerte-. Sólo espero, eso es todo lo que hago. Cuando la llama se apaga, voy a buscar al hombre cuya vida se ha apagado. En eso consiste mi trabajo.
El pastor se quedó un instante con la boca abierta, pero después se echó a reír. De pronto se volvió a encontrar en la ladera del monte, al abrigo de la piedra en donde se había parado a desayunar. En el prado pacían, tranquilas las ovejas.
-¡Pero si tú no tienes ningún poder! Nada puedes hacerme, ni bueno ni malo. No puedes alargarme la vida, pero tampoco quitármela. ¿Por qué habría yo de darte a ti, entonces, un cordero, y encima el más gordo? Nada obtendrás de mí, desgraciada, sino un montón de palos si no te vas de aquí enseguida.
Y blandiendo su cayado, lo hizo silbar en el aire. La Muerte desapareció dejando tras ella un tenue humo negro. Seguro que se fue a su reino, donde nunca canta el gallo.
*
Ana Cristina Herreros, en “Cuentos populares de la Madre Muerte”. Ed. Siruela
Fuente .planocreativo
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