De tradición católica, Francia ha tenido durante muchos siglos un predominio de los entierros llamados clásicos, con inhumación del ataúd en la tierra. Hoy en día, la tendencia, sin llegar a invertirse, se modifica. La cremación gana cada vez más adeptos. En 1975, sólo el 0,4% de las exequias eran cremaciones. Hoy, se cuenta más del 30% en Francia, 40% en París y con frecuencia más del 50% en las grandes ciudad.
¿Qué sucede en los demás países? La cremación es muy practicada en Japón (99,8% de las defunciones), así como en Hong Kong (86%). En los Estados Unidos, donde hace un siglo la mayoría de los norteamericanos era muy hostil, la proporción es hoy del 32% de los muertos que son incinerados. En varios países europeos, la tasa es muy elevada, como por ejemplo, en Suiza (89% en 2010), Reino Unido (70% en 2010), República Checa (78%) y Dinamarca (73%). Es más rara en los países católicos, como Italia (8,5%), y España (19,3%). En los países confesionalmente compartidos, oscila alrededor del 50%. Es el caso de los Países Bajos. Hagamos una rápida reseña histórica de esta práctica que tiene sus defensores y detractores.
Historia de la cremación
Desde la prehistoria, durante la edad de bronce, se conocen casos de cremación en Europa. La cremación más antigua parece ser una de más de 22.000 años, de la mujer de Mungo, en Australia. Se encontraron los restos de una joven parcialmente incinerada, cuyos huesos rotos fueron enterrados luego con los restos de la hoguera utilizada para su cremación. Pero las sepulturas más antiguas certificadas con certeza datan de 275.000 a 35.000 años antes de J.C. y han sido localizadas en el Cercano Oriente. La cremación aparece en Asia 4.000 años antes de J.C. En la India, la primera cremación conocida data de 1.900 años antes de J.C. En cuanto a los griegos, no habrían comenzado a practicar la cremación sino cerca del siglo XII antes de J.C. Durante nuestra Edad Media, lo que prevaleció en el occidente cristiano fue la inhumación, el entierro del difunto, pues el cuerpo debía conservar su integridad a la espera del juicio final. Bajo el Antiguo Régimen, los nobles se hacían enterrar en la capilla de sus castillos y casas solariegas, y los pobres eran puestos en la fosa común.
En la Revolución Francesa, el principio de igualdad hizo emerger la idea del cementerio para todos, así como la de la cremación, defendida en la época por francmasones y protestantes. En el siglo XIX, las grandes epidemias de tifus y cólera que sufrió Europa incitaron a las municipalidades de la época, bajo la influencia del movimiento higienista, a reglamentar la inhumación (espesor mínimo del ataúd y profundidad del entierro) y a desarrollar la idea de la cremación. La primera cremación en Francia tuvo lugar en París, el 30 de enero de 1889, en el crematorio del Père- Lachaise recientemente inaugurado, algunos meses antes de que apareciera el decreto de aplicación de la ley sobre la libertad de funeral, votada en 1887 y que autorizaba la cremación. Luego fueron creados crematorios en Ruán en 1899, Reims en 1903, Marsella en 1907, Lyon en 1913 y Estrasburgo en 1922. Hoy, Francia cuenta con 141 crematorios.
La posición de los movimientos religiosos
En lo que respecta a las religiones cristianas, las Iglesias protestantes la autorizan a partir de 1887 pues, según la teoría de la Reforma, la resurrección de la carne no está en juego: solamente la esperanza en Dios puede salvar y ésta ofrece una nueva vida independientemente del estado del cuerpo. Sin duda es por eso que la mayoría de los países donde la religión protestante es dominante, tiene una tasa de cremación más elevada que el resto de Europa. La Iglesia católica recomienda la inhumación pero no
prohíbe la cremación, desde el 8 de mayo de 1963. En cuanto a la Iglesia ortodoxa, evaluando la resurrección de los muertos y la veneración de las reliquias, prohíbe la cremación, igual que las Iglesias adventistas y presbiterianas. Para la religión judía, los creyentes, en su gran mayoría, no practican la cremación, pues es un deber devolver el cuerpo a Dios en el estado en que se encuentre.
prohíbe la cremación, desde el 8 de mayo de 1963. En cuanto a la Iglesia ortodoxa, evaluando la resurrección de los muertos y la veneración de las reliquias, prohíbe la cremación, igual que las Iglesias adventistas y presbiterianas. Para la religión judía, los creyentes, en su gran mayoría, no practican la cremación, pues es un deber devolver el cuerpo a Dios en el estado en que se encuentre.
En la religión musulmana, el Corán no admite la cremación, pues la santidad del cuerpo no disminuye con la muerte o la salida del alma. El cuerpo debe poder resucitar y los creyentes deben velar por el respeto del cuerpo del difunto. En las religiones budista e hinduista, la cremación tiene lugar tres o cuatro días después del deceso. Es considerada como la liberación del alma del cuerpo.
La opinión espírita
Que la cremación sea autorizada, permitida, incluso presentada como necesaria u obligatoria, nada se dice sobre el después de la cremación. ¿Qué pasa, qué le sucede al espíritu recién desencarnado que ve quemarse su cuerpo físico, qué siente en ese momento preciso y cómo vive él esa situación? En primer lugar recordemos los tres componentes puestos en evidencia por Allan Kardec y los científicos que han estudiado la manifestación de los muertos y que son el cuerpo que es la parte material del ser, el
espíritu y el periespíritu. El espíritu, la parte inmaterial, es una entidad espiritual individualizada, que tiene un comienzo, el de la creación divina. Esta entidad necesita vivir experiencias en la materia para su propia evolución, aprender a hacer la diferencia entre el bien y el mal, aprender a amar y descubrir su génesis espiritual y reconocer la presencia de Dios, su Padre, para un día reunirse con él despojada de sus defectos y participar con él en la creación. Para que el espíritu pueda integrar la materia, necesita un intermediario, una envoltura semi-material, es decir compuesta de materia muy tenue: el periespíritu. Este periespíritu acompaña al espíritu a lo largo de su camino evolutivo en la materia pero igualmente en el más allá, y le permite manifestarse a los vivos aunque esté despojado de su cuerpo físico. Durante la vida, es pues a través de este mismo periespíritu que el espíritu percibe diversas sensaciones, actúa sobre el cuerpo y dirige sus movimientos.
espíritu y el periespíritu. El espíritu, la parte inmaterial, es una entidad espiritual individualizada, que tiene un comienzo, el de la creación divina. Esta entidad necesita vivir experiencias en la materia para su propia evolución, aprender a hacer la diferencia entre el bien y el mal, aprender a amar y descubrir su génesis espiritual y reconocer la presencia de Dios, su Padre, para un día reunirse con él despojada de sus defectos y participar con él en la creación. Para que el espíritu pueda integrar la materia, necesita un intermediario, una envoltura semi-material, es decir compuesta de materia muy tenue: el periespíritu. Este periespíritu acompaña al espíritu a lo largo de su camino evolutivo en la materia pero igualmente en el más allá, y le permite manifestarse a los vivos aunque esté despojado de su cuerpo físico. Durante la vida, es pues a través de este mismo periespíritu que el espíritu percibe diversas sensaciones, actúa sobre el cuerpo y dirige sus movimientos.
Recordemos igualmente que este periespíritu posee, entre otras, una facultad memorizante, que le permite registrar, a través de las células que lo componen, lo que vivimos tanto en estado encarnado como en estado desencarnado. Esta interacción entre el espíritu y el periespíritu repercute en las células del cuerpo físico. Lo cual significa que todo lo que el espíritu vive en la materia, que todos los choques físicos o psíquicos se graban a nivel de su envoltura periespiritual, y así le seguirán en una, incluso en varias encarnaciones, y se expresa por ejemplo, bajo la forma de desórdenes, ya sean psíquicos (angustias, fobias…), o físicos (diversas discapacidades, alteración de la piel, ausencia de un miembro, de uno o varios de nuestros sentidos, etc.) hasta que el espíritu sea lo bastante fuerte para superarlos y vencerlos.
La muerte acarrea la separación del alma y el cuerpo por la ruptura del vínculo fluídico que los une. Esa es la razón por la cual el cuerpo vuelve a ser materia inerte, mientras que el periespíritu se desprende poco a poco del cuerpo físico. Pero sucede a veces que el espíritu recién desencarnado está aún muy cerca de su cuerpo físico durante su entierro, a saber, la inhumación o la cremación. Y en esta situación precisa, la cremación puede producir un traumatismo sobre el espíritu que, por repercusión, va a imprimir ese traumatismo en su periespíritu. Y es entonces cuando el periespíritu puede ser perjudicado en su estructura.
En el proceso normal de la desencarnación, el periespíritu se desprende naturalmente del cuerpo físico en el momento de la muerte, pero por diversas posibles razones de apego a la materia, puede suceder que el periespíritu no haya salido totalmente del cuerpo cuando sobreviene la cremación. Y en este caso en particular, existe el riesgo de un traumatismo que puede engendrar una alteración accidental del periespíritu por el fuego. Es entonces cuando la desencarnación ya no sigue su curso normal y natural, pero ese sigue siendo un caso de excepción que no debe conducir a una psicosis frente a la cremación. No obstante, por precaución se puede recurrir al acompañamiento del fallecido por el pensamiento, ya sea individual o colectivo, para asegurarse de una total liberación del espíritu en el momento de la inhumación. En nuestros medios espíritas, tenemos por costumbre realizar cadenas fluídicas para nuestros fallecidos, para abreviar su turbación, lo que garantiza simultáneamente un pronto desprendimiento del espíritu del cuerpo, lo cual por lo mismo evita toda eventualidad de una alteración del periespíritu con motivo de la cremación.
Así pues, desde un punto de vista espírita, la cremación no constituye realmente un problema de gran magnitud, pero tampoco se puede ignorar que existen algunos factores de riesgo para ciertas personas, por lo cual la oración o las acciones de pensamiento, si fueran generalizadas, eliminarían toda eventualidad de daños accidentales a nivel de los periespíritus.
Catherine Gouttière
Le journal Spirte Nº 97 Articulos
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